En su cuarta entrega, Sonia y Felipe llegan a Turquía, el último país antes de adentrarse a Asia. Las personas que los reciben en este país los sorprenden con sus atenciones.
Texto y fotos: Sonia Medina
Turquía a un paso de Asia
La frontera más emocionante del viaje! Muchas veces pasar por alguna frontera se convierte en momentos de fatiga y tensión. Pero esta vez los turcos nos recibieron con sonrisas y buenos gestos.
Comenzamos a rodar en territorio turco. Nos adentramos por la carretera secundaria que conecta la frontera con Edirne. Rodamos por caminos de tierra y grava.
Nos paramos a descansar y comer algo en medio de la carretera. No pasaba nadie, sólo se escuchaba el murmullo del viento que soplaba al compás de nuestras voces. El camino era sólo para nosotros, un carro por cada hora.
Rodando uno a lado del otro, platicamos y reímos. Después de unos kilómetros llegamos al centro de la ciudad de Edirne, la primera ciudad Turca que nos recibió.
Un centro lleno de gente, comerciantes y familias disfrutando de la tarde en la plaza. Edificios espectaculares, mezquitas y baños turcos que nos transmitían un ambiente musulmán.
Llegamos a Edirne
Edirne es un punto de conexión para muchos cicloviajeros que cruzan de Europa a Asia. Llegamos con nuestro primer anfitrión turco, Engin Tekin, dueño de la gran tienda de bicicletas conocida como Trakya Bisiklet y popular entre cicloviajeros.
Engin había recibido a más de 200 cicloviajeros. Él nos dijo algo muy cierto y muy bonito, “la comunidad cicloviajera en el mundo es muy pequeña y hay que cuidarnos unos con otros”.
Engin es una gran persona, sin hijos y muy dedicado a su oficio. Cada vez que llega un cicloviajero lo recibe con los brazos abiertos y como si fueran sus hijos.
Disfrutamos de algunos días en la ciudad de Edirne, al principio queríamos quedarnos solo dos días pero con tan buena compañía, nos quedamos casi una semana. Visitamos un viñedo, disfrutamos de una fiesta turca, bailes y comida tradicional.
Es difícil dejar grandes lugares y personas maravillosas para poder continuar el recorrido, siempre quedan ganas de regresar. Difícilmente salimos de Edirne, pero después de varios días logramos despedirnos de Engin y emprendimos camino con dirección a Estambul.
Estambul, allá vamos
Nos habían dicho que pedalear en Turquía era muy peligroso, que los tráileres eran muy agresivos y el tráfico muy pesado, así que decidimos continuar por carreteras secundarias.
Ochenta kilómetros después, logramos llegar a Luleburgas, con un atardecer espectacular. Encontramos la biciclcetería del amigo de Engin.
Nos dejaron acampar en el patio trasero sin ningún problema. A veces es complicado cuando se empieza hacer de noche y no sabemos dónde dormiremos, pero siempre existe una solución y logramos encontrar un lugar al menos para poner nuestra casita.
En la mañana siguiente salimos hacia Estambul. Pasando por Chorlu, nos encontramos a un ciclista en el camino que nos acompañó en nuestro rodar para atravesar la ciudad. Sin poder comunicarnos con algún lenguaje vocal, a señas nos entendemos y nos sonreímos mientras rodamos.
Por fin salimos de Chorlu y llegamos a Sliveri. Una ciudad en la costa del Mar Bósforo. Pedaleamos por el malecón y localizamos un lugar para acampar.
Siempre hay un lugar para dormir
Esperamos a que oscureciera y se hiciera lo suficientemente de noche para que no hubiera tanta gente. Felipe fue a ver el sitio. Había un café bar antes de llegar a la “playa”.
Había algunas personas, y Felipe les preguntó si no creían que hubiera problema que acampáramos ahí, y le contestaron, “no hay problema pero no te puedes quedar afuera, hace frio”.
Entonces nos ofrecieron dormir en su restaurante-café. Así que esa noche dormimos sobre los sillones conocidos como “PUFF’s” y bajo un techo, nos ofrecieron de cenar y nos dieron unas bebidas. Mientras más avanzamos por Turquía, los turcos nos sorprenden más con su hospitalidad.
Despertamos temprano y ansiosos por llegar a Estambul, nos quedaban 67 kilómetros para llegar al centro de la ciudad. Esta vez decidimos tomar la carretera principal en realidad no teníamos otra opción. Desde que salimos de Sliveri, hubo existencia de asentamientos durante todo nuestro recorrido.
A 20 kilómetros nos salimos de la carretera para tomar un descanso, un buen desayuno acompañado de un chapuzón en la costa del Bósforo. Continuamos unos kilómetros por la lateral, había menos carros y con una velocidad más reducida pero debíamos ir por los carriles centrales ya que los laterales nos conducían a otros barrios.
Entramos a carriles centrales y por suerte llegamos un tramo en donde los carriles centrales estaban cerrados! Así que la carretera fue nuestra por unos kilómetros. Que bien se siente pedalear sin el ruido de los carros.
Luego de un tramo esa tranquilidad se terminó, por lo que tuvimos que tomar el acotamiento otra vez, un acotamiento muy reducido con automóviles y motocicletas con velocidades próximas a 100 km/ hr y sin tener ningún tipo de precaución, al punto que uno impactó a Felipe.
Después de 60 km de ruido intenso, tráfico y de poner nuestras vidas en peligro, logramos entrar a Estambul y salir de esta monstruosa “highway”, “ring road” o “periférico” como es conocido en la Ciudad de México. Por ahí dicen una vez que entras en bici a Estambul no quieres salir pedaleando.
Paramos en un parque para descansar del ruido y el estrés, aunado a los intensos vientos en contra y subidas extremas que a nuestra suerte nos condujeron a una pequeña calle cerca de casa de nuestro host, movernos en bici por Estambul se estaba volviendo complicado y estresante así que me bajé de la bici y preferí caminar para buscar nuestro destino. Estaba muy cansada de estar lidiando con los autos.
Llegamos a la parte Europea de Estambul, paramos en un café donde la gente amablemente nos ayudó a localizar a nuestro destino. Cuando comenzó a llover muy fuerte descendió la temperatura, así que nos disfrazamos… o sea nos pusimos nuestra ropa para climas extremosos y salimos.
Llegamos a casa de Emir, un cicloviajero turco que nos recibió llegando de un pequeño viaje. Llegar a una casa a darte un baño y una buena cena es el mejor recibimiento de un anfitrión. Pero este fue más especial ya que éramos tres quienes veníamos de la aventura.
La casa de Emir estaba en la parte Europea de Estambul ¡a un paso de Asia! Emocionados descansamos porque la mañana siguiente pisaríamos un nuevo continente.